Contos

16/03/2013 23:22

Los hermanos Sörensen

                                                        

Estaba comenzando a ser cada vez más escasa la caza. Entonces un grupo de cazadores fueron a explorar otros sectores del bosque para buscar un lugar para el nuevo  asentamiento de la aldea, en donde la caza y la pesca fueran abundantes.

Los exploradores regresaron comentando que habían encontrado un lugar adecuado para levantar la nueva aldea, a la orilla de un arroyo caudaloso con muchos peces y por ser una zona alejada del avance de la población blanca, con posibilidades de suficiente caza.. Decidieron realizar la mudanza al día siguiente. Mientras las mujeres organizaban los enseres y cosechaban lo que quedaba de mandioca, maíz y batatas,  todos los hombres salieron a realizar la última batida para conseguir la mayor cantidad posible de caza.

Dos hermanos, uno de aproximadamente 8 años y el otro de cinco se escabulleron de la aldea aprovechando el inmenso trajín que en ella estaba reinando. En una de sus correrías anteriores habían descubierto una chacra de los blancos y querían realizar una última visita al lugar, para saborear las deliciosas sandías y melones que había en la chacra.

Sabían que siguiendo el curso del arroyo iban a llegar al lugar. Se dieron cuenta de que se acercaban por el embriagante olor a melones maduros que impregnaba el aire, y se metieron ansiosos y alegremente en el mandiocal. De pronto se detuvieron en seco. Lo vieron al mismo tiempo. Sobre el tronco seco de un árbol caído estaba parado el inconfundible duende de la siesta. Un niño totalmente desnudo e increíblemente rubio estaba blandiendo el bastón de oro, que era su cetro distintivo. Los rayos del sol hacían reverberar el bastón irradiando una luz cegadora.

Presos de profundo terror se dieron vuelta y  echaron  a correr. El más pequeño se enredó los pies con las guías de las sandías y cayó de bruces. El mayor no se percató de ello y continuó corriendo desesperadamente. Llegó a la aldea sofocado, con fuerte estado febril y sin poder hablar debido a la impresión recibida. Poco a poco pudieron entenderle de que tuvieron un encuentro con el duende de la siesta y de que este le había secuestrado al hermano menor.

Cuando llegaron los hombres revisaron toda la zona pero no encontraron rastros del niño perdido. No insistieron porque era patente que se trataba del duende de la siesta y era habitual de que los niños secuestrados por él no aparezcan nunca más.

Al día siguiente emprendieron la marcha. Iba una madre llorosa que pronto iba a olvidar su pena, debido al duro trajín diario que la vida en la aldea imponía.

 

 

La familia Sörensen  poseía una considerable extensión de terreno en las cercanías de la ciudad de Oberá en la provincia de Misiones. Habían trabajado duro y ahora tenían  varias hectáreas de terreno cultivado con variadas plantaciones. Contaban con una casa confortable y tenían un automóvil Ford T con el que buscaban semanalmente las provisiones de la ciudad.

Ese fin de semana, dos alegres jóvenes .abordaron el auto descapotado saltando ágilmente a los asientos sin abrir la portezuela. El mayor, verdadero representante de la raza nórdica, muy rubio, alto y esbelto y el menor, bajo, retacón con las inconfundibles facciones de los hombres originarios de estas tierras. Se despidió de la madre en impecable danés. Lo habían hallado inconsciente enredado a las guías de una planta de sandía. Mucho después, cuando ya había aprendido el idioma de sus nuevos padres pudo explicar la razón de su desmayo, Había confundido al hermano mayor con el duende de la siesta cuando éste, luego de darse un chapuzón en el arroyo, se estaba secando al sol, sobre el tronco de un árbol caído, imitando poses de algún dios nórdico, blandiendo un trozo de varilla de cortina, de bronce, como si fuese una espada.

 

Amado Orué